martes, 17 de marzo de 2009

Susto en el museo

Vídeo buenísimo de una chica que se desmaya del susto por culpa de una broma en el museo de cera de Brasil:

El cabrón del gato

Jennifer y Luke recibían constantemente facturas de agua muy elevadas. 
Sabían, sin lugar a duda, que éstas no reflejaban su consumo y que, a pesar de las medidas que tomaban para ahorrar agua, no bajaban sus facturas.
Aun sabiendo que no había ningún problema, un especialista les controló toda la instalación para detectar una posible fuga. Lo controló todo: contador de agua, tuberías, baños, lavadora, grifos, etc. Todo, absolutamente todo fue controlado y no se detectó ningún problema.
Un día Luke se puso enfermo y se quedó tranquilamente en casa. Oía permanentemente un ruido de agua procedente de la planta baja. Decidió entonces investigar el origen de este ruido y por fin descubrió la causa de su problema.
Lo que vio le dejó totalmente atónito e imaginándose que pocas personas lo iban a creer, cogió su videocámara y grabó el 'problema' para la posteridad.
Ahora sí que puedes ver el vídeo.. ¡mejor con el sonido!

El sacerdote y el taxista

Había una vez, en un pueblo dos hombres que se llamaban Joaquín González. Uno era sacerdote y el otro era taxista. Quiere el destino que los dos mueran el mismo día. Entonces llegan al cielo, donde los espera San Pedro.
- ¿Tu nombre? - pregunta San Pedro al primero.

- Joaquín González.

- ¿El sacerdote?

- No, no, el taxista.


San Pedro consulta su planilla y dice:

- Bueno, te has ganado el paraíso. Te corresponden estastúnicas con hilos de oro y esta vara de platino con incrustaciones derubíes. Puedes ingresar...

- Gracias, gracias..., dice el taxista.


Pasan dos o tres personas más, hasta que le toca el turno al otro.

- ¿Tu nombre?

- Joaquín González.

- ¿El sacerdote?
- Sí.
- Muy bien, hijo mío. Te has ganado el paraíso. Te correspondeesta bata de lino y esta vara de roble con incrustaciones de granito.
- Perdón, no es por desmerecer, pero... debe haber un error. ¡Yo soy Joaquín González, el sacerdote!
- Sí, hijo mío, te has ganado el paraíso, te corresponde la bata de lino...
- ¡No, no pude ser! Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mi pueblo, ¡era un desastre como taxista! Se subía a las aceras, chocaba todos los días; una vez se estrelló contra una casa; conducía muy mal, tiraba los postes de alumbrado, se
llevaba todo por delante... Y yo me pasé setenta y cinco a?os de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia, ¿cómo puede ser que a él le den la túnica con hilos de oro y la vara de platino y a mi esto? ¡Debe haber un error!
- No, no es ningún error, dice San Pedro. Lo que pasa es que aquí, en el cielo, nosotros nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las que hacen ustedes en la vida terrenal.
- ¿Cómo? No entiendo.

- Claro... ahora nos manejamos por objetivos y resultados... Mira, te voy a explicar en tu caso y lo entenderás enseguida:

Durante los últimos veinticinco años, cada vez que tu predicabas, la gente dormía; pero cada vez que él conducía, la gente
rezaba. ¡¡Resultados!! ¿Entiendes ahora?